miércoles, 21 de marzo de 2012

TOMASEJO
(Una historia humana de Tuxpan, Jalisco)

Su mirada era de inocencia, incluso bondadosa, bonachona, tímida, pero también triste; vestía ropa que le regalaban, invariablemente un viejo saco y botas aportilladas, no usaba sombrero, la cara le brillaba por el calor del sol al medio día y por los alcoholitos que desde muy temprano tomaba diariamente, y que seguramente compraba con las propinas que le daban pues era muy acomedido, hacía mandados a los del mercado o barría la calle de alguna tienda; a veces hasta transportaba la carne desde el rastro a las carnicerías; se le veía que apenas podía el pobre

Tomasejo la pesada carretilla con canasta pizcadora y que era especial para este transporte.

Tomasejo era muy tranquilo a menos que lo hicieran enojar, incluso ya entrada la tarde cuando sus “Changuirongos” lo animaban a perder su habitual timidez y bailar en el atrio de la iglesia o en algún portal, sin cambiar para nada su expresión de inocencia pero también de sufrimiento, cuando se cansaba se acostaba en cualquier lugar a dormir la mona.

Había algo que lo hacía enojar mucho, con lo que deliberadamente lo provocaban algunos, sobre todo muchachos… Que le cantaran la popular canción… ¡Tomas que feo estas Etc.! Entonces con una voz apenas audible pero colérica les recordaba a su progenitora.
Pero el rasgo humano más sobresaliente de Tomás, era su inquebrantable solidaridad en todos los velorios. Invariablemente Tomasejo estaba presente y no se separaba hasta que enterraban al fallecido. Cuando el cortejo avanzaba rumbo al templo o al panteón, Tomás iba por delante abriendo camino y quitando obstáculos celosamente, como a la chiquillada por ejemplo, lo que pretendía era prestar un servicio.

Un día a principio de la década de los setentas, ya no se hizo presente en el velorio de aquella noche, la gente lo notó extrañada… Tomasejo nunca más asistiría a otro, pues su misión en esta vida había terminado. Se durmió en el quicio de la puerta de una tienda, y ya no despertó… Seguramente voló al cielo, con su mirada inocente, bonachona, pero que también denotaba un secreto sufrimiento, que sin duda Dios se lo abonó a su cuenta.

POR: JOSÉ SILVA VÁZQUEZ

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